Como vieron muchos, en el grupo de Autores de Fanfics se realizó un concurso cuya temática era terror. Hubo un total de diecisiete participantes (la lista aquí~). A continuación el ganador por votación. ¡Felicitaciones para ella!
Primer puesto
Tom&Bill por Aelilim
—Porque
tu mamá es una bruja, ¡y Santa no existe!, no recibirás regalos, y…
Tomi
es buen niño. Tomi comparte sus juguetes y presta sus crayones si es que
alguien se los pide. Por eso es que no entiende por qué recibe empujones y
mofas crueles que le hacen inflar los carillos y le dejan los ojos brillosos de
varios otros niños, en especial de uno llamado Max que tiene su misma edad y
predilección por amargarle los recreos.
Tomi
sigue escuchando crudas “verdades” que se niega a creer y no hace nada hasta
que recibe un manotazo que lo derriba y le hace caer en el fango que se ha
formado porque la noche anterior ha llovido.
Tomi
llora.
Tomi
llora porque no hay ninguna maestra cerca que pueda detener a Max, y llora
porque su Teddy ahora está sucio. Se tapa los oídos y finge no existir hasta
que Max se aburre y se marcha; ahí es cuando recién cómo Teddy le implora con
sus ojillos vacíos que le quite el barro, y no puede negarse.
Tomi
es un buen niño, presta sus juguetes sin importar si se los devuelven, y
mantiene su peluche preferido limpio y con todas sus costuras bien cosidas.
Mientras
Tomi hace todo intento por dejar a Teddy contento oye un sonido que le
sobresalta. Gira con cuidado, casi con miedo, y se asombra cuando ve en una de
las esquinas del baño a un niño que no puede tener más edad que él. Tomi se
acerca con cuidado, con Teddy, todo mojado y todavía medio sucio, aferrado a su
pecho.
—¿Ho-hola?
—Tomi escucha que el mismo sonido de antes se vuelve a repetir. Es como un
lloriqueo—. Soy Tom. Este es Teddy.
—¿Te-d?
—Teddy
—corrige Tomi.
—Teddy.
Tomi
termina de acercarse al niño. Se percata de está que sucio al igual que Teddy,
y lloroso, y de inmediato se saca una de las dos camisetas que lleva, la moja y
comienza a limpiarle con dedicación, así como minutos antes lo estaba haciendo
con Teddy.
Tomi
es un buen niño, es generoso, y es el orgullo de su mamá. Tomi habla mucho
cuando alguien está dispuesto a escucharlo, y es así que le explica al otro
infante sobre cómo así Teddy es su compañero de juegos desde que tiene memoria,
sobre sus padres, sobre la abuela que está en el cielo, sobre las tareas que
hace, sobre cómo a veces sus papás discuten hasta gritarse y le asustan, sobre
cuánto le gusta dibujar nubes y dragones.
Finalmente,
Tomi le cuenta al niño del que no sabe su nombre sobre lo abusivo que es Max.
—¡…
y Max me dijo que Santa no existía! ¡¿Puedes creerlo?! Y que mami era una
bruja, pero mami no es una bruja. —Tomi ve al niño sonreír y él también
sonríe—. ¿Cómo te llamas?
—Bill.
A
Tomie le gusta. Tom y Bill, Billy y Tomi, nombre cortos, sin mucha elaboración.
—¿Odias
a Max? —pregunta Billy cuando la campana
ha sonado y deben regresar a clases. Tomi trata de hacer un concepto de lo que
es eso, “odiar”. Le ha escuchado a su mamá gritarle a su papá que lo odia—. Yo
sí lo odio.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Por
él estás lleno de barro al igual que Teddy? —Billy asiente.
Tomi
rememora todos los abusos de Max, e infla los carrillos por pura asociación.
Tomi toma una decisión: sí, sí odia a Max.
—Lo
odio —decide—. Ahora me tengo que ir. ¿Nos vemos mañana?
Tomi,
en clases cuando la maestra está distraída, mira de reojo a Max, y siente que
lo odia.
Ese
día, Tomi ha descubierto lo que es el odio: un sentimiento viscoso en las
tripas, negro, que tiene tentáculos que poquito a poco van extendiéndose por el
resto de tu cuerpo llenándolo de ira ciega.
Tomi
se topa al día siguiente con Billy mientras juega con Teddy en los columpios.
Ahora Billy no está sucio pero igualmente Tomi se toma la molestia de humedecer
la manga de su camiseta para limpiarle la cara de las manchas que no tiene, eso
a la vez que asiente a lo que Billy le está diciendo: —Llama a Max, dile que
tengo algo para él. Estaré esperando detrás de la secuoya que está cerca a las
rejas. ¿Lo harás, Tomi? ¿Por mí? ¿Porque lo odias? ¿Me lo prometes?
Tomi
sigue asintiendo. Luego, cuando debe hacerlo, es Teddy quien le pone las
palabras en la boca.
—Te
espera cerca de la secuoya —le dice a Max con seriedad, mirando el piso.
—¿Quién?
—Bill.
Tiene algo para ti. Apúrate.
Tomi
sigue jugando con Teddy, perdiendo la noción del tiempo que por algún motivo
alarga la media hora de recreo que tienen como a ondas infinitas, más o menos
tan infinitas como imagina que pueden ser los tentáculos viscosos del odio.
Es
entonces cuando sucede, gritos, apuro.
Tomi
ve cómo todos los adultos van de un lado a otro sin prestarle atención a los
niños. Tomi se pregunta si algo le ha pasado a Billy cuando descubre que todo
el barullo proviene de las rejas, y sin necesidad de que Teddy le responda, va
corriendo hacia la gran secuoya, hacia los gritos, evadiendo a quienes intentan
impedirle el paso.
Tomi
ve sangre. No es mucha, y no se impresiona. Tomi sigue mirando, y es ahí cuando
constata que es Max la fuente de los gritos. Tomi nunca ha visto algo
semejante: Max no tiene un ojo. Literalmente. Regueros de sangre le corren por
las mejillas como lágrimas de sangre.
—Lágrimas
de sangre —repite, encontrando la idea extrañamente divertida. Teddy lo mira
juzgándolo, pero no le hace caso cuando nota que Billy está cerca de ahí, y
para su horror ve que tiene sus manos llenas de sangre. Tomi corre hacia Billy,
y hala de él hacia el baño.
Tomi
le lava las manos a Billy con jabón, ve la sangre correr por el lavabo blanco,
y no sabe qué decir.
—Max
me atacó.
—¿Sí?
—No
quise… —Tomi consuela a Billy. Le lava las manos, le seca los mocos y las
lágrimas de la cara, y dice que no le contará nadie—. Ahora mamá dirá que soy
un niño malo y ya no me querrá.
—No,
las mamis siempre quieren a sus hijos —contesta Tomi con certidumbre. Al menos
eso es lo que siempre le ha dicho su madre.
—Pero…
—Si
la tuya no te quiere, yo siempre te querré —afirma en un impulso. Los ojos de
Billy, grandes, acuosos, se le clavan y no puede retirar lo que ha dicho.
—¿Me
lo prometes?
—Sí
—asiente. Porque Tomi es un buen niño, y Tomi no quiere que Billy sufra
pensando que nadie lo quiere.
Tomi
no vuelve a ver a Max, aunque la memoria de sus lágrimas de sangre no se le
quita de la cabeza. Así como tampoco la representación de los tentáculos
viscosos de odio que plasma en sus dibujos entre sus nubes y sus dragones.
“Los
ojos no revientan como un globo sanguinolento, no, no, oh, no”, canturrea Tomi
una de esas tardes. Su madre, Simone, le escucha, y le mira con preocupación.
—¿De
dónde has sacado eso? Es tan macabro.
Tomi
le cuenta sobre Max, aunque omite decirle sobre Billy. Algo le indica que su
mamá no va a estar muy contenta con eso. Tomi sigue canturreando por la
fascinación que ha sentido, y Teddy le hace los coros.
~
No
es que Max sea un niño malo. Nadie puede saber lo que le ocurre, su padre se lo
ha hecho jurar bajo amenaza. Max no puede contar cómo el crujir de la puerta
siempre es mala señal y aunque se haga un ovillo la pesadilla no se detiene.
Max
no le puede decir a nadie que vive con miedo, y que no encuentra mejor forma de
manifestarlo que siendo problemático. Piensa, en el fondo, que quizá así
alguien se interese por él, piensa que quizá así su mamá deje de inventarse
justificaciones para lo que hace su papá.
—Te
espera cerca a la secuoya.
—¿Quién?
—Bill.
A
Max no le interesa quién es Bill, no le interesa por qué lo espera, no le
interesa más que los crujidos que le provocan arcadas, y temor, y ganas de
llorar.
Max
llega donde está el gran árbol, no ve a nadie, pero cuando está por darse media
vuelta su nombre es susurrado.
—¿Quién
anda ahí?
Sin
buscarlo, relaciona su miedo con los crujidos y avanza sin fijarse, chocando
con una raíz del árbol. A Max la boca se le llena de sabor a tierra, y antes de
lograr incorporarse, un cuerpo aplasta su espalda y un objeto da contra su
cabeza, dejándolo aturdido.
Max
entra en pánico, sin embargo, no se retuerce ni lucha por liberarse. «Quédate
quieto», es lo que le dice papá. Max se queda quieto, atemorizado por ese peso
al que su imaginación le pone rostro, y así como está, no se percata hasta que
es demasiado tarde cómo un cuchillo va trayecto directo hacia su ojo izquierdo.
Max
pierde la conciencia entre crujidos imaginarios y dolor, con sangre y gritos.
~
~
Samael
es una mezcla de samoyedo y pastor alemán. Suele estar encadenado a un mástil en
el patio delantero de su casa, le gusta dormitar al sol y pasa sus días
esperando a que su dueño lo saque a pasear y a que le den su cena que devora
hasta lo último porque le sabe deliciosa.
Samael
un perro manso, se deja acariciar por
extraños sin problemas y no le ladra a los transeúntes.
Excepto
por alguien.
Samael
no sabe por qué el olor de ese chiquillo de doce o trece años provoca que los
pelos del lomo se le ericen; es un olor fuerte, tóxico, y al que sus instintos
despiertan alertas. No es como el perfume dulzón de su ama o la peste de vodka
y sudor de su amo.
Samael,
un día cualquiera, intenta morder al chico, no lo consigue por su cadena, sin
embargo, olisquea en el aire el miedo y se siente compensado. Esa misma noche,
Samael come con más apetito de lo usual y se acomoda para dormir cuando no hay
más que silencio en los alrededores.
Pero
la paz no dura demasiado.
Alguien
está ahí, el mismo alguien que hala de su cadena con vigor. Samael advierte que
es el olor a peligro y sus ladridos rompen la calma a la vez que se agita y
trata de enterrar sus colmillos en alguna parte blanda cercana. Samael lo
consigue después de varios intentos, agarrando un tobillo.
—Maldito
perro rabioso.
Le
caen golpes en su lomo, pero Samael no suelta su presa. Morirá antes de
hacerlo.
~
Tomi
está más grande, han pasado unos años desde el incidente de las lágrimas de
sangre, y ahora no le gusta que le digan Tomi, prefiere Tom. Tom ya no tiene a
Teddy más que en un baúl del que no lo saca a menos que tenga intenciones de
contarle secretos oscuros o esté en busca de consejos.
Tom
le contó a Teddy, por ejemplo, cuando Bill volvió a aparecer cubierto de
sangre, y a la mañana siguiente el perro que tanto le ladraba camino a la
escuela y una vez intentó morderle desapareció misteriosamente. Tom había
limpiado a Bill, así como lo había hecho antes, y no pidió explicaciones. No
las creyó necesarias por algún extraño motivo.
—Ese
perro me mordió —le dijo Bill pasados unos días.
—¿En
serio?
Bill
había asentido, enseñándole su tobillo en el que se apreciaban heridas
profundas de las que quedarían cicatrices.
—Sí,
pero ya no volverá a molestarnos.
Tom
ha crecido para mantener su promesa. Tom quiere a Bill. Realmente lo quiere.
Bill
que ya tampoco es Billy porque también ha crecido, su cabello llegándole a los
hombros, y sus facciones más angulosas que antes.
Pasan
juntos todas las tardes en un terreno baldío no muy lejos de su casa en la que
hablan hasta que la noche cae y deben regresar a sus casas.
—¿Me
quieres? —es la pregunta que Bill siempre le dirige cuando debe irse.
—Siempre.
Los
labios de Tom y Bill se rozan, es algo casto, como un sello a la promesa hecha
cuatro años atrás.
~
~
Brenda
Lee tiene todo lo que una chica de dieciséis puede desear, padres amorosos que
le cumplen cuanto capricho quiere y un gatito llamado Dulce. Brenda Lee es
bonita y popular, y aunque no es muy brillante en los estudios, sí es buena
deportista.
A
Brenda Lee le gusta Tom pero es un gusto diferente al que ha sentido por otros
muchachos, puede ser porque Tom es diferente. Tom no le mira con descaro el
escote o las piernas cuando tiene el uniforme de Educación Física. Le sonríe
con amabilidad y nunca le ha rechazado cuando le ha pedido algún apunte.
Brenda
Lee cree que eso puede ser “amor verdadero”.
~
Tom
tiene ahora quince años. Así como era un buen niño, se ha convertido en un
adolescente gentil y risueño. Tom ahora ya no recuerda lo que eran los
tentáculos viscosos de odio ni el incidente con Max, son como recuerdos muy
borrosos eclipsados porque en esa época su padre se marchó y no volvió a verlo.
Sin
embargo, Tom no extraña a su padre; está contento con seguir siendo el orgullo
de su madre, y con querer a Bill, Bill que ha crecido con él siendo su amigo,
el mejor de todos.
—¿Vamos
al lago a nadar? —Tom se estira y niega con la cabeza. Están en el terreno
baldío, así como todas las tardes desde que quiere recordar.
Bill
se inclina sobre él y su cabello que ha crecido hasta sus hombros le cae en la
nariz, l hace cosquillas. Pregunta por qué no.
—Iré
al cine por San Valentín. Con una chica —responde Tom con las mejillas rojas y
ríe cuando Bill frunce el ceño—. Mamá dice que es bueno salir con chicas. —No
añade que Teddy también piensa igual porque él ya está grande como para
consultar con su osito de peluche, por más sabio que sea.
Tom
advierte que Bill está molesto y ríe, desordenándole el cabello y besándole la
mejilla antes de irse para arreglarse para su cita con Brenda Lee, la primera
que tendrá.
~
Brenda
Lee está un poco aburrida, es sin duda el peor San Valentín que ha pasado desde
que comenzó a salir con chicos. Tom es amable, sí, pero sus temas de
conversación son monotemáticos, siempre mencionándole un chico llamado Bill que
al parecer va a otra escuela y es lo más “maravilloso” que existe.
—Oye,
¿te gusta el tal Bill, no?
Tom
sonríe y mueve afirmativamente la cabeza. Ha anochecido pero el calor no ha
cedido, por lo que se le ocurre una idea.
—¿Quieres
un helado? —dice, y sin esperar respuesta se aleja desapareciendo de su vista.
Brenda
Lee se sienta en una de las bancas, sintiéndose rechazada. «Menuda pérdida de
tiempo», suspira. Ese no puede ser amor verdadero. Brenda Lee resuelve que ni
bien regrese Tom le dirá que tiene algo que hacer y hará de él eso que tan de
moda está, “tener un amigo gay”. Pasan los minutos cuando escucha su nombre vociferado.
Arrastrada
por la curiosidad, Brenda Lee camina hacia el interior del bosque, siguiendo la
voz, adentrándose sin temor. Piensa que es Tom que quiere jugar, y una leve
llamarada de esperanza se enciende, puede que su gusto sea correspondido.
Puede
que sí sea “amor verdadero”.
Al
fin, Brenda Lee ve una figura apoyada contra un árbol, una figura alta y
delgada que bien podría ser Tom. Está a contraluz de los faros medio lejanos,
por lo que no puede distinguir mucho.
—Sí
que me has hecho caminar —sonríe—, ¿me tienes alguna sorpresa? —Silencio—. ¿Qué
haces? —pregunta con extrañeza cuando la figura se mueve, mostrándose, y el
brillo de un cuchillo la congela. Brenda Lee podría tomárselo a broma si no
fuese porque más que el brillo del objeto es el brillo de los ojos del chico lo
que le provocan escalofríos—. ¿Qué… qué…? —tartamudea.
—Soy
Bill, mucho gusto. Tú eres la presa del día. Ahora te doy permiso para correr
despavorida.
—Esto
no tiene ni puta gracia, si es que…
Pero
Brenda Lee no termina de hablar porque el muchacho se acerca en un salto
amenazante y en un pestañeo la hoja está cortando su cuello. El dolor aflora
punzante y Brenda Lee acepta que esa no es una jodida broma de mal gusto.
Quiere gritar pero antes de hacerlo, un nuevo tajo es hecho en uno de sus
brazos y le susurran contra el oído: —Más te vale que corras, no quieres que te
atrape, créeme.
Brenda
Lee está llena de pánico, trata de tomar el camino por el que ha llegado pero
la figura se lo impide, obligándola a introducirse todavía más en el bosque.
Brenda
Lee corre, corre con todas sus energías. Tiene buen físico y conoce el bosque
de palmo a palmo por haber crecido en sus inmediaciones; sabe que es medio
kilómetro lo que tiene que salvar, que si llega al límite oeste del bosque, la
parte habitada, está a salvo.
Aunque
corre y sabe a dónde dirigirse, también es de noche y la oscuridad es como las
fauces sombrías de un animal salvaje que se traga la valentía y esperanza, y por
el contrario, alimenta el desasosiego.
Ella
no quiere perecer a manos de esos ojos que proyectan algo peor que muerte: vacío.
—Dios
mío —musita sin aire.
El
corazón le late tan fuerte que lo siente en los oídos y en su loca carrera a la
salvación no piensa nada, no deja espacio al pasmo o analiza los por qués, no
puede. Ni siquiera le concede importancia a sus heridas que no son profundas pero
escosen, ni a que por haberse sacado sus sandalias de tacón no muy alto para no
doblarse un tobillo, los guijarros, ramitas y hojas secas que se le están
clavando en los pies descalzos.
Trescientos
metros más.
Doscientos
sesenta. Doscientos treinta y siete.
Brenda
Lee escucha su nombre a vivo grito, y una risotada que le escarapela cada
centímetro de piel. Está cerca, muy cerca, e intenta apresurarse pero apoya mal
el pie y cae de bruces en la tierra húmeda. Vuelve a oír su nombre en voz
cantarina, divertida. Brenda Lee se levanta y a pesar de que jadea del dolor al
apoyar su pie, sigue andando.
Brenda
Lee quiere vivir, llegar a esas luces que se ven en la lejanía y borrar esto
como si fuese un episodio salido de una pesadilla…
—Te
tengo —el murmuro es dicho a escasa distancia, y aunque se apresura pronto dos
brazos como tenazas se cierran en su cintura.
—Suéltame,
no le diré a nadie y… —Brenda Lee quiere vivir. Brenda Lee ruega mientras es
girada con cuidado, y un manotazo se le estrella en la boca haciéndole apretar
los ojos y caer contra un tronco, golpeándose la cabeza. Sus lágrimas de desesperanza
caen copiosas.
—Es
que nos quieres separar, eso no puedo permitirlo.
—¿Separar
a quiénes?
—A
Tom y a mí.
Brenda
Lee no entiende nada. Ella solo quiere estar lejos de ahí, muy lejos, beber
chocolate, acariciar a su gato Dulce; quiere estar a salvo con mamá y papá. ¿Es
mucho pedir? Parece que sí, porque su top es rasgado y automáticamente se cubre
los pechos, arrancando una risotada de su atacante que el bosque hace que
resuene en cada uno de sus rincones, añadiéndole un matiz lóbrego que la hace
llorar más.
Brenda
Lee siente que está perdida, que nada la protegerá.
Brenda
Lee está en lo cierto.
—Para
qué te cubres, si no estoy interesado en ti. No quiero a nadie más que a Tom.
—¿De
qué hablas? —chilla—. ¡TOM! —grita, y no deja de pronunciarlo mientras el
cuchillo dibuja una larga línea sanguinolenta
desde el medio de sus clavículas hasta su estómago.
El
brazo que le impide retorcerse se vuelve de acero en su cuello, y dos dedos
repasan presionando la herida abierta hecha por el cuchillo, hundiéndose en su
carne y provocando un dolor que le atraviesa el alma.
Brenda
Lee no deja de corear.
Tom, Tom, Tom…
Tom, Tom, Tom…
El
dolor no deja de estar presente y la sangre es esparcida por su torso dibujando
formas sin sentido antes que de nuevo el cuchillo haga acto de presencia y dos
tajos que crean una equis sean estampados encima de su corazón. Brenda Lee se
siente indefensa y lo del “amor verdadero” se ha convertido en puro terror.
—Tom —berrea, alto, agudo, como una rata
que ha sido atrapada.
~
Tom
escucha su nombre insistente, alterado,
y avanza entre las brumas, cada vez más rápido. Quien le está llamando
le necesita, y Tom va en su ayuda… Pero cuando llega es demasiado tarde. El
aire se le corta cuando ve a Brenda Lee tendida en el suelo como una muñeca
rota y teñida de rojo, semidesnuda y respirando con dificultad.
—¿Qué
te ha pasado? Te ayudaré.
Al
verlo, Brenda Lee se retuerce, como si quisiera alejarse. Tom no sabe cómo o qué
hacer, las ideas se le amontonan confusas en la cabeza, sin embargo, antes de
concluir algo repara en que hay una tercera persona.
—¿B-bill?
¿Cómo…?
Bill
está sentado contra un árbol a pocos metros, juega con un cuchillo y tiene una
expresión tétrica. Tom, por primera vez, tiene miedo de Bill, y traga en seco cuando el otro chico se levanta, se
le acerca y le hace ver que está cubierto en sangre seca.
—San
Valentín es para pasarlo con la persona que amas —dice Bill con tristeza—, no
con una cualquiera. ¡Debiste de ir conmigo al lago, Tomi!, si lo hubieras hecho
ella no estaría así.
El
miedo que siente Tom se intensifica y antes de que su cerebro dé el visto
bueno, está corriendo lo más aprisa que puede. «Por qué ha pasado esto, por qué
ha pasado esto…», repite incansablemente. Su casa está vacía porque su madre
está de visita a una tía lejana y al borde de la consternación, ya en su
habitación, recurre al único que sabe que le puede dar la respuesta de por qué
ha sucedido eso. Teddy.
Tom
abre su baúl y el estómago se le revuelve tanto que siente en la lengua el
sabor a bilis. Teddy no está solo, encima de él reposa un cuchillo
ensangrentado, el mismo con el que Bill estaba jugando.
Bill
ha llegado antes que él, de algún modo. Bill está ahí.
—¿Bill?
—balbucea temeroso, y este aparece a su lado, murmurándole cosas al oído, cosas
fúnebres, ponzoñosas—. No te creo, estás
mintiendo.
Tom
empuja a Bill con vigor, haciéndole caer sentado en el suelo. Bill solo le mira
con insondable congoja pero de un brinco está a su altura sujetándole de los
brazos y haciéndole caminar hacia el espejo de su armario. Tom lucha fútilmente
hasta que las largas uñas de Bill se clavan en los lados de su cara y le hace
enfrentar su reflejo.
—¿Ves
lo que te digo? No miento —susurra Bill apesadumbrado, soltándole—. Dijiste que
seríamos tú y yo, y nadie más. Por eso te he protegido. Tomi.
Tom
sigue viendo el reflejo, ve las manchas de sangre seca, los rastros de bosque y
pelea en su cara y vestimenta. No hay nadie más que él devolviéndole la mirada,
su habitación está vacía y aun así puede escuchar a Bill contándole de Max, de
Samael y de Brenda Lee. Con mano trémula revisa su tobillo y comprueba las
cicatrices de mordida de perro a la vez que los recuerdos le asaltan, furiosos,
innegables.
Cuando
gira hacia Bill lo encuentra llorando, diciendo que no lo quiere. Pero Tom
quiere a Bill. Bill es parte de él.
—Seremos
tú y yo, siempre —dice, y Bill sonríe, asintiendo.
—De
eso me encargo yo.
Excelene simplemente genial
lo aaaamo bufff brutallll
tengo una sonriza macabra q no desaparece hahahahaha
excelente final hahahaha tom perversooo q locuraa demasiadoo bueno
muchas felicitaciones por haber ganado <3 ^w^