Más o menos en la línea de la actividad previa, en el grupo de FB se escribieron oneshots tomando como inspiración un color determinado a elección del autor. La idea fue de Labsente y el resultado fue entretenido, por decir lo de menos; tuvimos muchos participantes y los fics en su totalidad pueden ser leídos en THF.es.
Aquí una historia elegida por los miembros del grupo como probada de diversos sabores y colores. :)
Bill de ébano por Aelilim
Era
una pequeña figurilla humanoide, muy estilizada y lacada. Ébano, hubiese podido
dictaminar si sus conocimientos abarcaran tipos de madera y colores, pero Tom no
observó demasiado el adorno antes de ponerlo de vuelta en su velador y
bostezar, rascándose la mejilla despreocupadamente.
No
tenía ni idea de cómo había llegado a sus pertenencias. Podía ser algo que su
madre se había comprado en su última visita y olvidó llevarse, o Bill adquiriéndolo
de esas tiendas de antigüedades que le gustaba visitar y luego haciendo uso de
su asombrosa capacidad de mezclar sus cosas con las suyas. Fuese
lo que fuese, ahí estaba la extraña figurilla, con sus formas andróginas y su
brillante color oscuro después de aparecer en su gaveta de gorras que guardaba
más por nostalgia que por ponérselas.
Tom
volvió a bostezar, cubriéndose con el cobertor. Comprobó la hora en el reloj
digital antes de dejar la habitación a oscuras.
—Deberíamos
dormir —masculló a su perro, el único de los cuatro que tenía permiso para
dormir ahí. Escuchó un ladrido bajito y sonrió.
Pasaban
de las dos de la mañana y tenía que levantarse antes de las ocho para ir a
recoger del aeropuerto a Bill. Su hermano había estado en Miami los tres últimos
días por cuestiones de agenda y, aunque no lo admitiese, la casa se sentía
inmensa sin él y su constante parloteo. Sin sus sonrisas o repentina
melancolía, sin sus actos de ternura o egoísmo que le encogían el corazón hasta
destrozarlo… Sin todo lo que a Bill le hacía ser Bill.
Tal
vez el insomnio que le había atacado esas noches era debido a eso.
—¿Tú
qué opinas? —preguntó al aire, sintiéndose tonto de inmediato. Evidentemente
no hubo respuesta y chasqueó la lengua, reacomodando su almohada.
Cuando
volvió a revisar, el reloj marcaba un cuarto para las tres, y cuando el
cansancio por fin hacía ceder a su infernal alud de divagaciones, a su perro se
le ocurrió sacudirse y desaparecer por el corredor como una sombra escurridiza.
Maldiciendo entre dientes cambió de posición por quinta o sexta y se rindió,
encendiendo una de las lámparas dispuesto a leer o ver TV.
Como
en realidad leer no estaba en sus planes, alargó el brazo hasta la mesa de
noche en busca del mando a distancia.
—¿Qué?
La
figurilla de ébano no estaba. Su ceño se frunció y con la vista buscó sin
resultado entre las inmediaciones próximas; era como si se hubiese desvanecido
en el aire.
—Claro,
como si eso fuese posible… Debo dejar de hablar solo —se dijo. Bostezó y se
talló los ojos, decidiendo que cuando Bill estuviera en casa todo estaría
mejor, podría preguntarle dónde había conseguido esa cosa rara y buscarla si es
que por casualidad era importante o le gustaba mucho.
Ver
en Discovery Channel un programa sobre la formación de cuerpos celestes no lo entregó
a los brazos de Morfeo como hubiese deseado, sino más bien lo sumergió en un
estado semiconsciente de somnolencia y desconcierto. Imaginó que recogía a Bill
del aeropuerto y el silencio que los consumía a veces no existía. Volvían a
tener doce años, antes de la etapa confusa e incómoda de chicas, antes del
contrato de Tokio Hotel y que su gemelo encontrara todas las vías para sacar su
naturaleza desde lo profundo sin interesarle nada ni nadie.
O
quizá dieciocho, recién mudados a su primer espacio propio lejos de la casa
materna que no se había sentido como su hogar en años, sus dos perros y
respirando independencia.
—Ahora
somos una familia, tú, yo, Princesa y Scotty —diría Bill radiante, su cabello desordenado
y contenido en una cola baja, sus ojos libres de maquillaje, y nada más que
pijamas.
Tom diría
que sí, sin añadir más porque es Bill quien posee las palabras y mejor uso hace
de ellas, tanto para construir como para destruir.
Extendió
la mano tratando de alcanzar la figura etérea de Bill del pasado pero no la
alcanzó, evaporándose entre sus dedos ni bien la atravesó.
—Tom.
Primero
alucinaba y ahora oía voces.
Parpadeó
repetidas veces y gruñó, despertando un poco más e ignorando las figuras
nebulosas que se formaban en el techo gracias a la escasa iluminación y lo
exhausto que estaba. Los ojos le escocían de cansancio y el peso de cada músculo
asemejaba a plomo, sin embargo, notó que apenas dejaba caer los párpados le daba
la impresión de escuchar su nombre. Un llamado que no era pronunciado a la
lejanía y con voz hueca; todo lo contrario, era cercano, casi en su oído en un
tono dócil, meloso.
—Tom.
—Maldita
sea. —Se incorporó de golpe y miró frenético a sus costados, queriendo ubicar indicios
de lo que pasaba.
No halló
nada, cada objeto en su sitio, los ventanales bien cerrados y un silencio
sepulcral que potenciaba al cubo el latir de su corazón en sus orejas y el
inexistente sonido de sus pensamientos. Todo estaba donde debía excepto por un
detalle, como advirtió al dejarse caer en el colchón en un ruido seco y algo se
clavó en sus costillas haciéndole sisear. Cuando buscó a ciegas qué objeto era,
sus dedos se toparon con la figurilla que había desaparecido.
¿Cómo era posible? Más que eso, era insólito
el cambio de temperatura que había sufrido la pieza de madera tallada, estaba
tibia y al tacto se sentía como… piel. Piel cremosa, suave, diferente de la
imagen que proyectaba.
Probablemente el agotamiento le estaba
haciendo alucinar de nuevo o quizá había quedado dormido y esto no era más que un
sueño del que despertaría en cualquier instante.
Su nombre volvió a ser susurrado. —Tom.
Como una confirmación de lo irreal de la
situación, vio cómo los labios de la figura se habían movido, pasando de ser una
línea cincelada a tener volumen. Sensualidad. Tom no evitó reír, estaba
encontrando sensual a un pedazo de madera de brillante color ébano con formas
lejos de voluptuosas y que encima hablaba.
Estaba aceptando sin complicaciones que un
cuerpo inanimado produjese sonido, si esa no era una prueba más de que soñaba,
no sabía qué más podía serlo.
—Tom.
—Qué
—dijo por inercia.
—Acaríciame.
Un ruido que iba en el medio entre risa
ahogada y resoplido brotó de su garganta y cruzó el dormitorio.
—Sé
que no tengo acción en semanas pero… —Ni terminó su objeción por llegar a
niveles descomunales de ridículo y se dijo que era suficiente de dejarse arrastrar
por las jugarretas en las que su mente le estaba enredando.
El
día que le esperaba sería largo. Si bien necesitaba a Bill como si de aire se
tratase, ese mismo aire podía rayar lo tóxico y amenazar con asfixiarle. Más aún
desde la mudanza a L.A., la oportuna añoranza a su tierra natal y la
ambivalencia que su hermano sentía por ser unos desconocidos en Estados Unidos,
foco comercial de la música.
—Bill
—suspiró, olvidándose por un segundo de la peculiar situación que atravesaba.
—Bill
—repitió la figurilla de ébano.
Tom vio
cómo la pieza reestructuraba sus facciones y en pestañeos era una fiel imagen
de Bill, pero no del actual con su septum
y cabello corto. Era una representación de Bill de dieciocho de su previa
ensoñación, cabello largo en una cola de caballo, sonrisa dichosa y de problemas
sin relevancia. Sin querer, se sintió retroceder a esa época en la que el
panorama pintaba brillantes colores olor a libertad.
Una libertad tan falsa como el color del
que ahora su gemelo se teñía el cabello.
—Bill.
—¿Bill
qué? —dijo inexorable cuando la figurilla que seguía tibia entre sus manos habló
otra vez. Si molesto, si taciturno, no sabía.
La superficie lacada del ébano pareció
adquirir progresivamente más brillo hasta que fue tanto que le hizo cerrar los
ojos para protegérselos y por impulso lo soltó. Recuperar la vista le costó
varios parpadeos pero nada le hubiese podido preparar para lo que había.
—Mierda
—jadeó, dando un brinco fuera de la cama y retrocediendo hasta que consideró
que estaba a salvo.
—Tom.
—La sonrisa que acompañó al susurro volvió
sus rodillas trémulas.
Era Bill, o una versión de él, al menos.
Seguía teniendo ese lustroso color oscuro, sin embargo, como había crecido
hasta alcanzar un tamaño real, podía contemplarse cada pormenor, cada surco y curvatura
en su fisonomía. Era idéntico al original… y era en extremo perturbador.
—¿Podría
volver a la realidad de una vez? —preguntó retóricamente.
Bill de madera lanzó una risa diminuta que
desafió su equilibrio e hizo que la cabeza le diera vueltas. Era la risa de Bill, una que compartía solo en
la intimidad e igualaba a la de un niño en cuanto a candidez y frescura, esa
misma que podía barrer debajo de la alfombra todas las contrariedades hasta
nuevo aviso.
—Tom.
—No —rechazó
sin saber qué. A lo mejor en el fondo sí sabía.
—Pero
si quieres.
Tom se cuestionó qué quería. Tenía a su
disposición un Bill ¿imaginario?, ¿soñado? con la imagen de hacía cuatro años
atrás. Pensó en sexo recordando la suave textura similar a piel de la figurilla
cuando era pequeña y reaccionó un poco ante Bill hecho de ébano arrodillado
entre los cobertores desordenados, ligeramente inclinado hacia delante y el
cuerpo desnudo también modelado en una copia exacta al genuino. Pero el tirón
en su vientre despareció con velocidad.
No, no era sexo.
—Tú
sabes —insistió “Bill”.
—No —negó
con debilidad, y jugueteó con su labio perforado a la vez que Bill de ébano abandonaba
la cama y caminaba hacia él, sonriendo, mostrando qué tan perfecto estaba
tallado, los músculos, los huesos sobresalientes de la cadera e incluso las
partes privadas.
Se quedó estático hasta que sintió la
calidez de la piel lacada del ébano contra la suya y un beso le fue robado. El
contacto fue fugaz y con una mordida se dio por finalizado antes de que fuese
capaz de retroceder.
Volvió
a considerar el sexo y volvió a descartarlo.
—Soy
todo lo fui y no volveré a ser —dijo Bill de ébano—. ¿Ves? Lo que amaste y dejé
en el pasado.
El
cambio es parte vital de la vida, Tom era lo suficientemente sensato y maduro
como para saberlo, pero también sabía que su propia naturaleza se rebelaba ante
esto. Él no era como Bill, librarse de sus rastas había sido más o menos traumático, aún si fue una resolución
tomada luego de meses de deliberación, y el cambio de estilo de ropa había sido
paulatino. Su hermano, a diferencia suya, podía hacer y deshacer sin dar un paso atrás, cortarse
el cabello, tinturárselo, incluir a alguien su vida y luego hacer como si no
existiese. Podía mutar, y esa era una
característica acentuada con el pasar de los años.
El
silencio no duró mucho.
—¿Recuerdas
cuando golpeaste a la acosadora en Hamburgo? —siguió Bill de ébano. Su voz era
dulce, como si le contara un secreto—. Detonaste como una bomba de tiempo llena
de rencor… El mismo rencor que sientes ahora. Solo que no es dirigido hacia una
cualquiera sin vida, es hacia tu propia sangre.
Tom
quiso vomitar y los ojos que antes le escocían por la extenuación ahora era por
algo más.
—Temes
que Bill esté dejándote atrás… ¿Y sabes qué, Tomi? Creo que sí lo estoy haciendo, tu temor es fundado. —Esa
afirmación fue la definitiva.
Sintiendo
el sabor de bilis en la lengua y el estómago como el mismo epicentro de un
sismo devastador, se lanzó encima de ese “Bill”. Cayeron al suelo, sus rodillas
aplastando el estómago suave de Bill de ébano y sus manos alrededor de su
cuello, oprimiendo lo que las fuerzas le daban.
—Tom…
—¡Cállate!
La
cara lustrosa de “Bill” no sufrió transformación alguna, no pudo borrarle la
expresión de tranquilidad y el amago de sonrisa en la boca a pesar de lo mucho
que cerró sus manos o de la sensación de estar aplastando algo frágil.
—Es
inútil —murmuró Bill de ébano—, me perderás.
Fue
tarde cuando reparó en que tenía la mirada acuosa y las lágrimas brotaban hasta
caer encima de las mejillas de “Bill”, pero eso no impidió que el hambre
creciente de destruir desapareciera. En
medio de un sollozo que se volvió desabrido e incontenible, siguió estrangulando
a “Bill” hasta que quedó entumecido y perdió noción de lo que sucedía.
El
fantasma de “me perderás” y la consternación que causaba en su pecho le
acosaron incansables hasta que despertó con una molestia horrible en los brazos
y manos, y rastros de lágrimas en la almohada.
—Jodido
sueño —balbuceó. Vio irritado la figurilla de ébano en el velador y sin
premeditarlo la agarró y la lanzó al otro lado del cuarto, haciéndola rebotar
contra la pared y astillándola. Como se le hacía tarde, se levantó para una
ducha rápida y sacó del refrigerador un tetrapack pequeño de jugo para lidiar
con el tránsito hacia el aeropuerto.
La
pesadilla habría podido no ser real y la tensión en sus miembros superiores
producto de dormir en mala posición… Pero.
—Bill
—susurró cuando percibió que su teléfono vibraba y en la pantalla salía el
nombre de su hermano. Pero el rencor no lo era.
:_;