Ganador del concurso no-(tn): Trece despertares y un sueño por Jeadore

Quién no se ha cruzado con una historia de esas narradas en supuesta segunda persona donde la protagonista (sí, usualmente en femenino) no tiene denominación más que un (TN) que va por "tu nombre". Para ir un poco en contra de esa moda, se organizó un concurso en el grupo de FB cuya base principal era que estuviese en segunda persona. Esta es la historia ganadora:

Trece despertares y un sueño por Jeadore


La primera vez que despiertas, estás desorientado. Lo único que reconoces es dolor, dolor agudo que recorre tu cuerpo y se concentra en tu pecho y en tu sien. Las punzadas se suceden y cada una parece ser un martillazo en tu cerebro más fuerte que el anterior, que lentamente destrozan tu calma. Te remueves un poco como si cada sacudida mitigara el dolor y estás casi seguro de que produces algún tipo de ruido lastimero. Oyes unos pasos y luego más dolor, que asciende por tu brazo, hasta que todo se torna aún más confuso y finalmente te desvaneces.
La segunda vez que despiertas, parpadeas varias veces todavía algo desconcertado. Tras unos instantes, tu realidad te espabila. Entonces no sabes qué es más desesperante: estar en el hospital o recordar nítidamente el porqué. No estás seguro, pero… ¡oh, Dios mío! ¡Tom! ¿Dónde está Tom? Te remueves e intentas llamar al médico, la enfermera, a-quien-sea. Tu voz todavía es precaria y tus gritos suenan rasgados, pero una enfermera viene. Cuando preguntas por Tom, no te hace caso. En cambio, toquetea algo a tu izquierda y te pincha el brazo. Una nueva ola de dolor recorre tus venas y te preguntas si acaso la enfermera quiere entenderte.
La tercera vez que despiertas, ves al médico. Te pregunta cómo te sientes y cuando tú preguntas por Tom, él empieza un discurso sobre tu estado. No te interesa. Insistes y él dice que en cuanto te recuperes, podrás verle. Eso te anima, aunque insistes nuevamente. No te escucha. El médico se marcha y te sientes como si tuvieras diez años otra vez: completamente ignorado.

La cuarta vez que despiertas, estás nuevamente solo y eso te pesa como cinco toneladas Es de madrugada, lágrimas se agolpan en tus ojos y no ves a Tom. Llamas a la enfermera y exiges verlo. No, no puedes; todo es un gran no. Ella se apiada y te cuenta que no se ve tan mal, aunque no despierta. ¿Todavía no despierta? ¿Por qué? ¿Tan mal está Tom? Ella no sabe y tú te frustras. Te recomienda que duermas; no quieres. Tras tus párpados sólo hay faros brillantes y bocinazos.
La quinta vez que despiertas, el desayuno te espera a un lado. Es sólo té y tostadas, pero de alguna forma lo sientes como insulto. Te niegas a consumirlo. Como almuerzo te traen sopa; tú sólo observas tu rostro en la cuchara. Está distorsionado. Ni todo el maquillaje del mundo ayudaría. Cuando también rechazas la merienda, la enfermera intenta amenazarte. Adoptando una actitud infantil, decides hacer huelga de hambre hasta ver a Tom. Ella replica que estás débil. Pides una silla de ruedas.
La sexta vez que despiertas, te esperan con la bendita silla de ruedas. Tienes que agarrar fuertemente el suero mientras te empujan por los infinitos pasillos del hospital. Suben una planta y repentinamente allí estás: frente a Tom. Inconsciente y monitoreado, pero Tom finalmente. Está bastante magullado, pero está allí, contigo. O tú con él, cómo sea. Estiras tu mano y tocas la suya; demonios, qué mal está todo. No te mueves de ahí ni sueltas el agarre.
La séptima vez que despiertas, la enfermera te palmea el hombro. Deberías ir a descansar a tu habitación, pero te niegas. Te preparas para dar pelea, mas ella se hace la tonta y te deja allí, sosteniéndole la mano a Tom.
La octava vez que despiertas, Tom sigue igual. Contigo, lejos de ti.
La novena vez que despiertas, te obligan a asearte y a comer aunque sea puré. Lo haces con la condición de volver a la habitación de Tom. No varió su estado.
La primera vez que sueñas, estás frente al armario y sabes que vas a limpiarlo. Bolsa de desechos en mano, sacas gorras, bandanas y camisetas holgadas; corbatas desteñidas de graduación, lentes oscuros de plástico que compraban en las baratijas cada verano. Mientras más sacas, más inmerso en él te encuentras.
La décima vez que despiertas, estás desesperado. Te aterra hallarle significado al sueño, pero no puedes evitarlo. ¿Acaso te estás desprendiendo de Tom o te estás sintiendo miserable por él? ¿Eres tú quién lo está matando? No, no, ¡no! Lo único veraz es que serías infinitamente desdichado sin él. Aprietas su mano y observas sus pálidas facciones. Nada.
La undécima vez que despiertas, la enfermera viene a avisarte que te has perdido el almuerzo y que debes volver a tu habitación para no perder también la cena. Te niegas. Ella insiste pero te niegas otra vez. Al rato vuelve con el médico. Mientras hablan, sus rostros se ven tan compasivos que te irritan. Que saben que estás preocupado por tu hermano gemelo, pero que debes cuidar de ti mismo y blablá. Tú quieres gritar. ¡¿Qué demonios entienden ellos?! ¡No es sólo porque es tu gemelo! ¡Es más que eso! ¡Es la persona que siempre te acompañó y que creyó en ti hasta cuando tú mismo flaqueabas! ¡O quizás sí! ¡Quizás es porque están unidos desde ese fatídico momento en que el cigoto se dividió! ¡O quizás ni tú mismo lo sabes, pero estás seguro de que ellos no rasguñan siquiera ese conocimiento; esa sensación de necesitarlo hasta el punto que tu alma dependa de su sonrisa! Quieres gritarles, pero apenas tienes fuerzas. Entonces, sin soltar su mano, sacudes la cabeza. Suspiran. Te mandan la sopa a la habitación de Tom. Bebes dos cucharadas.
La doceava vez que despiertas, oyes ruidos de periodistas. Debería enfadarte, pero estás cansado y apenas te molesta.
La última vez que despiertas, Tom está mirándote. Sientes que te hinchas de alegría, que este hostil paradigma desolado se quiebra, que el mundo recupera su esplendor. Y Tom sólo está mirándote, pero eso vale más que toda tu cuenta bancaria. Pero Tom está mirándote y oh, Dios. Ahora mismo te abandonas realmente a alguna religión, a cualquier ser supuestamente superior que te salve del desprecio de tu hermano. Mas… has pasado tanto tiempo sin él que incluso abrazarías su veneno. Entonces piensas en tantear terrero; preguntas cómo se siente. Él te contempla por unos segundos y temes que realmente te odie o, peor, que no haya vuelto completamente en sí. «Como si me hubiese tackleado un camión», bromea y sonríe. Tom bromea y hasta su retorcido humor obtiene gracia y Tom sonríe y eso se vuelve el calmante más efectivo del mundo.
Relajado, escuchas cómo Tom te halaga criticándote; que eres tan terco como una mula y tan leal como un perro; que esas son tus mejores virtudes, animal. Y tú le replicas, finalmente sintiendo que todo está bien, y agotan el tiempo, inconscientemente concientes de que ni la noche eterna los separará.

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