Ganador del Reto Cliché: Candy's Crush por Haruxita


Como han pasado tantos meses desde la última que tuvimos un concurso, esta vez se pensó en organizar algo incluyendo esas ideas trilladas que hemos visto una y otra vez en miles de fanfictions. La mecánica consistía en que cada participante debía elegir al azar dos retos de una lista previamente armada por la administración de clichés. ¿Lo complicado?, que cada quien tenía que darle su propio toque personal. ¡La ganadora en esta ocasión ha sido Haruxita! Candy's Crush nos muestra un encuentro de dos mundos distintos, leánlo y disfrútenlo. ^^


Candy's Crush por Haruxita

Categoría: Slash
Género: AU, Romance 
Resumen: En un frío invierno, un improvisado roommate llegará a calentar la cama y el corazón de Bill. 
Clichés del reto:
11. Por situación “x”, los personajes son forzados a compartir habitación/cama/casa.
24. Amor no correspondido.
B. El fic debe empezar In media res.

—Puedes dormir en mi cama —explicó el chico, recogiendo a la rápida las prendas que iba encontrando a su paso y que parecían desperdigadas por todo el apartamento —. Yo tomaré el sof...
Su animada exposición se detuvo al descubrir descorazonado que ese lindo sofá desplegable que había comprado en una venta de garaje, no hacía ni dos meses, estaba completamente empapado.
La tragedia no era para tanto, solo debía estrujarlo, esperar que se secara y enviarlo a lavar. Aun así hizo un pequeño berrinche ante la mirada atónita de su invitado.
No podía llamar a Al para reclamarle por no haber reparado la gotera, porque su jefe apagaba el móvil por las noches luego, resignado, cargó el chorreante sofá azul hasta el baño. A su regreso encontró al rubio trapeando el piso. Pero lo que más lo impresionó del chico fue que se disculpara por haber entrado a su cocina sin permiso en busca de la mopa.
Se las vio negras para contener un suspiro. No había duda, cuando hicieron a Thomas rompieron el molde, lástima que no se lo pudiera quedar.
—Lamento lo del sofá, yo... podríamos... —sugirió, como de manera casual, cruzando los dedos mentalmente— dormir juntos. Si no te molesta, desde luego. La cama es vieja, pero el colchón es muy cómodo.
Su improvisado huésped lo observó de pies a cabeza y, con el rostro rojísimo de rubor, aseguró que, si no era inconveniente, se acomodaría en la bañera.
—Lo siento, es una ducha simple, no tengo bañera. Pero te aseguro que no ronco —bromeó, para aligerar la situación.
El rubor del chico alcanzó hasta sus orejas.
—¿Yaceré contigo como un hombre con una mujer?
Bill tuvo que aguantarse la risa que le sobrevino, iba a tener que acostumbrarse al particular lenguaje del chico.
—No, Thomas. Solo usaremos la cama para dormir.
Tras la aclaración, el chico pareció conforme y regresó la mopa a la cocina.
Bill hurgó en su armario en busca de uno de sus pijamas. Una parte suya —no precisamente la cotilla— moría por verlo usando ropa "normal".
El chico —algo contrito tras explicar que estaba agotado por el largo viaje, eso aunado al frio que le calaba los huesos— pidió prestada la ducha. Bill aprovechó de prepararle leche caliente.
Puso el vaso sobre la mesita de noche y se metió al baño a dejar un par de pantuflas, no contaba con que el chico se diera duchas más breves que él y lo pillara ya vistiéndose.
—L-lo siento. ¿N-necesitas algo? —balbuceó, mientras sus ojos vagaban libremente por el trocito de piel que aún estaba al descubierto y que el rubio se apresuraba en cubrir, abotonando la camisa del pijama.
Ignoraba qué tipo de trabajo realizaba el chico en la granja de sus padres para tener ese abdomen tan marcado. Un fino caminito de vellos rubios bajaba directamente desde el ombligo hasta perderse bajo el pantalón del pijama.
El rubio se sonrojó nuevamente ante el descarado escrutinio de Bill, no le dijo palabra, pero carraspeó y se apresuró en doblar la ropa mojada que se había quitado.
—Dame eso, la pondré en la lavadora y estará lista para mañana.  —ofreció, para romper la incomodidad del momento.
Se lamió el labio inferior casi sin darse cuenta, preguntándose cuantos de sus afiebrados pensamientos se considerarían pecado en la pequeña comunidad de dónde provenía el chico.
Quizá compartir la cama no fuera tan buena idea después de todo. Tendría que dormir vuelto hacia la pared.
Pero Tom concibió una solución mucho más drástica, puso una almohada en medio de la cama, a guisa de separador.
—Es una tradición Amish –le explicó, sin sostenerle la mirada. — si dos personas duermen en la misma cama sus cuerpos no deben estar en contacto.
A juzgar por la posición de la almohada –orientada de la mitad de la cama hacia los pies-, Bill comprendió perfectamente el sentido de esa costumbre.
La humedad producto de la gotera había enfriado considerablemente el pequeño apartamento, para colmos el calefactor volvió a poner pegas. Bill cogió la llave inglesa e intentó “componerlo” con un par de golpes, el aparato se quejó por el maltrato con un largo chirrido, para finalmente apagarse del todo.
Resignado, regresó a la cama y se acurrucó en su lado del colchón.
            Cinco eternos minutos tiritando fueron más de lo que su propósito de respetar el espacio vital del otro chico pudo resistir. Tenía un mullido calefactor al alcance de la mano y no pensaba desperdiciarlo.
—¿Tom, te puedo pedir un favor?
—Seguro.
—Abrázame, tengo frío.
            Ante la falta de respuesta cerró los ojos y se removió en la cama, casi convencido de que esa noche tocaba congelarse.
Cuando un brazo algo inseguro pasó alrededor de su cintura, desplegó una enorme sonrisa y tentó su suerte un poquito más.
            —Puedes apretar un poco más fuerte, no me molesta.

***

Tom llegó a su vida por casualidad. Entró a la tiendita en que él trabajaba, calado hasta los huesos en medio de una fea noche de tormenta.
Lo primero que llamó su atención fue su carita de niño inocente y su atuendo sacado de "Little house on the prairie".
Tom era tímido y desconfiado con los extraños, pero se encontraba en tal estado de indefensión que se abrió lo suficiente como para contarle su tragedia.
El corazón de Bill no pudo sino conmoverse, él mismo fue un chico en desgracia no hacía mucho y tuvo la suerte de sobrevivir para contarlo.
Bill vivía casi al día, el abusivo acuerdo que tenía con su empleador no le permitía llevar una vida muy holgada, pero obvió ese pequeño detalle y "adoptó" al adorable desconocido sin pensarlo dos veces.
Bill sabía muy poco (casi nada) sobre la comunidad Amish, de hecho en principio había tomado a Thomas por un Menonita. Aquello fue lo primero que aprendió.
—Los Menonitas no son tan apegados a las antiguas normas —le explicó el chico, esa primera noche en que durmieron abrazados para conservar el calor.
El entusiasmo del moreno era desbordante y contagioso. Tom sólo respondía a éste con una sonrisa franca que hacía que sus cachetes se inflaran como los de una ardilla y sus ojos achinados brillaran.
Tom era, en palabras de Bill, "lindo".
A Bill nunca le gustaron los chicos lindos, su debilidad y perdición eran los tipos rudos. Gamberros de la calaña de Steve, su último novio, el que lo había dejado varado en su anterior apartamento, con una montaña de cuentas por pagar y absolutamente solo en una ciudad extraña.
Lo que Tom despertaba era más bien instinto de protección.
La lista de cosas que Bill desconocía de Tom superaba largamente la de cosas que sabía. Tom era reservado, hablaba apenas lo necesario para satisfacer la inacabable curiosidad de Bill.
Había una barrera que Bill no había conseguido atravesar y se relacionaba con el motivo que lo llevó a realizar el viaje (de casi ocho horas en Greyhound) desde Lancaster hasta Brooklyn.
Cada vez que intentaba empujar la barrera, o tan solo rascarla un poquito para ver que sucedía, obtenía el mismo resultado: el chico se sonrojaba hasta las orejas, desviaba la mirada y guardaba silencio por horas.
Desesperado por información, Bill comenzó a llenar los huecos con mil y una teorías de conspiración.
Tiempo tenía de sobras, los días invernales se hacían eternos en la tienda ante la escasez de clientes. A veces Tom se animaba a hacerle compañía y otras prefería quedarse arriba, en el apartamento, jugandoCandy Crush.
Aquél era otro de los misterios indescifrables. Para alguien que odiaba la tecnología, estaba demasiado familiarizado con ciertos hábitos "ingleses" (como el rubio llamaba a todo lo que no fuera Amish), era un adicto al juego de los caramelos, y adoraba las hamburguesas con coca cola.
Otra de las cosas que Bill sabía era "Georg Listing".
"Georg" era la palabra que Tom más usaba.
Tom debía encontrar al tal “Georg”, pero perdió su dirección —junto a su número de teléfono, su dinero y el resto de sus pertenencias — cuando un malnacido le robó su morral en la estación, no bien se bajó del bus.
Tom bajaba la mirada cada vez que Bill intentaba averiguar algo más sobre el mentado "Georg".
¿Quién es Georg?
¿Por qué no vino a buscarte a la estación?
¿Al menos sabía que venías?
Las teorías de conspiración se dispararon cuando Tom soltó otra valiosa pieza de información: Levítico 20:30
"Y cualquiera que tuviere ayuntamiento con varón como con mujer, abominación hicieron: entrambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre".
Los Amish, como todo pueblo cristiano, condenaban a los homosexuales.
De eso Bill sabía mucho. Una vecina suya en Philly, beata recalcitrante, le presagiaba las penas del infierno cada vez que lo veía con sus ojos maquillados y su "cabello de niña".
Pero cuando Tom mencionó el pasaje bíblico lo hizo con temor, y vergüenza. Ello le recordó su reacción la primera noche, cuando él le propuso compartir la cama.
El puzle en la cabeza de Bill estaba completo.
Sea quien fuere el tal "Georg", Tom estaba enamorado de él, al punto de dejar todo atrás por ir en su busca.
El lado soñador de Bill habría estado encantado con semejante historia de amor, si la ternura de Tom no hubiera acabado por cautivarlo.
Suspiró con desánimo. Murphy se la había jugado de nuevo, para una vez que conocía a un chico decente y este ya estaba tomado.
No deseaba dejarlo ir, pero el chico no era feliz a su lado. No en tanto no se reuniera con su amado "Georg".
Nueva York era mucho más grande que Lancaster, en donde todos se conocían y con un par de señas era fácil dar con la dirección de una persona. Pero Bill contaba con algo que la comunidad Amish carecía.
San Google.
—No lo conozco. ¿Es Americano? Porque en la Biblia no aparece.
Bill sólo le sonrió, ese tipo de tonterías deberían exasperarle, no despertar sus deseos de besarlo.
Bill tenía solo dos tardes libres al mes, por lo que realizaba las búsquedas por las noches, luego de cerrar la tienda. Tom a veces curioseaba en la pantalla, poniendo su rostro peligrosamente cerca del suyo. Otras se quedaban en su lado de la cama, enfrascado en su partida de Candy Crush.
Bill no tardó en descubrir que el misterioso "Georg" también era Amish (algo que debió suponer por su apellido, de indudable ascendencia germana), y que exista un directorio en cada ciudad en que hubiera un asentamientos. Nueva York no era una de ellas, pero tras varias noches de aplanar sus dedos contra el teclado y un puñado de llamadas telefónicas descubrió cierta información que él tomó como confirmación de su teoría.
La familia de Georg Listing había sido excomulgada el verano anterior. El hombre al otro lado del teléfono se rehusó a aportar más datos.
Tom dejó su partida abandonada para interrogarlo. Bill era parlanchín, por lo que su mutismo repentino llamaba la atención.
—¿Malas noticias?
—No. Sólo... debo reenfocar la búsqueda.
Esa combinación de nombre y apellido no era muy común aun así, tras una semana de búsqueda, Bill había conseguido dar con la dirección de tres "Georg Listing" en Nueva York.
Pero no por ello dejó de investigar. Se mentía a sí mismo, argumentando que sólo era curiosidad, pero en el fondo sabía que el motivo era otro.
No se atrevía a encarar al chico directamente. "Dime, Tomi. ¿Dejaste tu pueblo porque te excomulgaron cuando te atraparon yaciendo con Georg?".
Su última llamada fue a Lancaster. Le respondió una chica, la conversación duró menos de cinco minutos y lo dejó con más interrogantes aun. Sin embargo, la principal duda había sido resuelta.
Ya no le importaba descubrir el misterio tras el Candy Crush o porqué los Amish tenían teléfonos dentro de sus comunidades.
—Inge envía saludos.
Esta vez el semblante de Tom no mostró temor, ni vergüenza, sino tristeza.
—¿Qué más te dijo?
—Que te cuides y que desea que seas feliz.
—Es una buena chica. Se merece a alguien mejor que yo.
Bill le acarició la mano con el pulgar; Tom no era dado al contacto físico, salvo el abrazo que compartían al dormir.
—No, Tomi. Tú eres un chico maravilloso, no permitas que te digan lo contrario.
—Bill, eres muy gentil conmigo, como siempre. Pero, si me conocieras, no opinarías lo mismo. No soy lo que tú crees.
Bill se quedó pasmado, había una nota de agresividad y resentimiento en la voz del chico que nunca antes había percibido. Quiso pedirle explicaciones —"si no te conozco es porque no me has dejado acercarme lo suficiente"—, pero no tuvo presencia de ánimo para iniciar una discusión que no tenía objeto alguno.
Esa noche ambos durmieron vueltos hacia la orilla de la cama. No hubo abrazos, ni siquiera un "buenas noches".
Cuando llegó el jueves partieron en busca de Georg Listing. El segundo de la lista resultó el Georg de Tom. Era muy guapo —tuvo que reconocer Bill—, tenía una brillante melena castaña y una... esposa.
La cabeza de Bill estaba que explotaba de tantas preguntas.
¿Por qué Tom no se sorprendió? Muy por el contrario, actuaba con familiaridad ante la chica, como si fueran amigos ¿Por qué ella no se escandalizó cuando el famoso Georg besó a Tom en ambas mejillas?
Pero sobre todo...
El por qué Tom se ruborizó y carraspeó, cuando Georg no tuvo ambages en comentar:
“— Ahora comprendo por qué demoraste dos semanas completas en un trayecto de 45 minutos.”
La mirada líquida que el tal Georg le dio, Bill la conocía muy bien. La biblia de seguro ocuparía conceptos rimbombantes como "lascivia", para Bill era simplemente ganas. Para que no quedaran dudas, el ex Amish de pelo castaño remató con un guiño.
Bill le dio una mirada de enfado y giró en redondo para marcharse. Él ya había entregado la encomienda, ahora era responsabilidad de Georg y su (sorprendentemente liberal) esposa.
Pero el otro sujeto no parecía estar de acuerdo, lo jaló de un brazo y lo remolcó al interior de la casa.

***

Esa tarde Georg tuvo una larga charla con Tom. Bill no disimulaba su nerviosismo. Se sentía fuera de lugar, deseaba salir huyendo pero Georg le había dado indicaciones a su esposa de que no lo dejara partir.
Luego de lo que parecieron horas, Georg y Tom regresaron a la sala.
Tom lucía más relajado de lo que Bill había visto en el tiempo que lo conocía, se le acercó con seguridad, lo cogió de la mano y lo jaló escaleras arriba.
Bill no paró de interrogarlo durante los 16 escalones que los separaban del segundo piso. Tom, fiel a su costumbre, mantuvo silencio.
De planta baja se oyó un grito "¡la segunda puerta a la derecha!". El rubio siguió las indicaciones y al abrir la puerta exclamó ¡Wow!
A Bill eso no le sonó muy Amish, pero a esas alturas no le sorprendería encontrar un pingüino en tutú bailando la Macarena en el baño.
La habitación era grande (a Bill se lo pareció, comparada a la suya, cualquiera era más grande) sencilla pero con un toque hogareño, al fondo había un equipo de sonido y en las paredes un par de posters de "Aerosmith". Tom cogió un disco compacto en sus manos y lo acarició con avidez. Luego pareció recordar que no estaba sólo en el cuarto y le sonrió.
Creo que te debo una explicación...

***

            Esa noche Bill no regresó a su apartamento y estaba tentado a aceptar la invitación de Georg de quedarse unos días con ellos, en agradecimiento a su “hospitalidad” para con Tom.
—¿Bill, te puedo pedir un favor?
—Seguro.
—Abrázame, tengo frío.
Bill sonrió, la chimenea estaba encendida y la habitación agradablemente caldeada.
Cogió el móvil de las manos del rubio y lo dejó sobre la mesita. Luego se volteó y con una expresión de picardía le dio un fuerte golpe en el hombro.
—¡Auch! ¿Y eso, por qué fue?
—Tú y tu carita de niño inocente, me tuvieron engañado todo este tiempo.
—¡No es mi culpa! Es la cara que Dios me dio.
—Embustero.
Bill compuso un puchero que pretendía ser de enfado, pero que era más de resentimiento. No podía dejar de sentirse un poquito timado.
—¿Por qué no fuiste sincero? Yo habría entendido.
—Pero no tenía forma de saber. Mi primo Georg me advirtió antes de que yo dejara Lancaster que no confiara en nadie. Que aun en el mundo exterior los sodomitas somos mal vistos por mucha gente.
—Tomi, la palabra, es Gay. Y debes ser la única persona que no se dio cuenta que yo lo soy apenas verme.
—Tenía mis dudas, como cuando me ofreciste yac... compartir la cama. Pero nunca intentaste nada extraño.
Bill —que lo miraba con la cabeza apoyada en su mano— rió, en realidad ganas le habían sobrado.
—Tomi, no soy ese tipo de gay. No voy a tocarte si tú no lo deseas.
Tom contuvo el aliento por un momento y luego agregó, con su cortedad usual.
—Quiero que me beses... y que me abraces sin la almohada. —Las pulsaciones de Bill se dispararon, la almohada era lo único que impedía que Tom se diera cuenta de la erección que le provocaba la cercanía de su cuerpo— Como Georg no cesó de repetirme, ya no debo regirme por las normas de la comunidad. Y de todas maneras el Bundling se refiere a una pareja de novios, chico y chica. No aplica a dos hombres.
—¿Entonces por qué hemos dormido con la almohada en medio todo este tiempo?
Nueva pausa, en la que las orejas de Tom se encendieron como luces de navidad.
—Porque temía que mi cuerpo se frotara contra el tuyo mientras dormíamos y se me... pusiera dura.
"Acabáramos".
Incapaz de seguirse conteniendo, Bill levantó las cobijas y aventó la almohada al otro rincón de la habitación.
            En lo que a él y a Tom respectaba, el pronóstico anunciaba un invierno inusualmente tórrido.


~FIN~

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