Ganador del Reto Kings of Suburbia: Mascarada por r0siKler

¡Nuevo álbum, nuevo reto! El reto consistía en escribir un songfic basado en una canción de Kings of Suburbia, la cual fue asignada por la administración. De quince participantes, tuvimos la satisfactoria participación de trece autoras. Después de una votación peleada, estos son los resultados: ¡Felicitaciones a r0siKler por obtener el mayor puntaje!


Mascarada por r0siKler

Título: Mascarada
Categoría: Slash
Canción: Masquerade
Resumen: ¿Estar destrozado es razón suficiente para dejarlo? No, no mientras deba vivir bajo la máscara de hermano; y comprenda que si no puede vivir como desea, debe aprender mirar de diferente manera.
  
Nunca se había sentido como una persona normal, y no porque pensara que no lo fuera, sino porque jamás había sido capaz de demostrarlo, de vivir con banalidades y simplezas; ahora, viviendo en Los Ángeles, sí podía, pero aun así sentía que no podía disfrutar de su vida, ahora su vida era sólo una mancha difuminada, algo ofuscado, sólo neblina, un recuerdo…

Muchos días sólo empiezan y terminan, sin dejar rastros trascendentales en la memoria de las personas, pero él sentía que ahora cualquier día a su lado era trascendental, era importante. Empero, si veía un poco más allá de su propia pena, sabía que se encontraría a sí mismo envidiando al resto, ahogándose un poco más en su desgracia; así que prefería quedarse en su habitación, ahogándose sí, pero en el humo de sus cigarrillos.

—Tom —susurró el responsable de su infierno y su felicidad, entreabriendo la puerta de su aposento—. ¿Estás despierto?—preguntó al atisbar un poco y sólo encontrar oscuridad.

—Pasa.

—No tenemos yogurt.

Bill sabía que no necesitaba decir más, Tom dejaría cualquier cosa que estaba haciendo, lo llevaría a donde fuere y haría lo que sea para satisfacer lo que necesitase, por muy tontos que fueran sus pedidos. El rubio estaba seguro que así sería siempre, y no que tomara ventaja de ello, pero era lo que Tom necesitaba ¿verdad?, estar a su lado.

Mientras Tom conducía en silencio; Bill tenía muy en claro el estado de su hermano; desde el fatídico día que su relación cruzó el último valle y se hundió en un abismo autodestructivo, las cosas no volvieron a ser iguales; ¿era su culpa? él no lo sentía así, y si lo hubiese sido, no entendía el porqué Tom no podía perdonarlo cuando él se había perdonado a sí mismo hace mucho. Sin embargo, se encontraba atado de manos, sólo podía darle a Tom lo que sabía era para él morfina que se absorbía y metabolizaba como veneno: su constante presencia. No estaba seguro si era lo más correcto, pero él no podía consigo mismo tampoco, y aunque sonara egoísta, también necesitaba de Tom, saberlo sólo suyo para calmar sus ansias, sentir que su vida tenía una constante y podía tener una vida igual de maravillosa que las personas a su alrededor.

Tom, por su parte, sabía que estaba viviendo algo tóxico; sin embargo más allá de sus temores, su ira, su decepción al haberse visto envuelto en un engaño que lo destrozaba, era consciente que Bill era su gemelo, que debía estar ahí para él, que debía cuidarlo, que debía ser su compañero… que debía encubrir todo, y esconderse bajo una máscara, una de héroe: el buen hermano, aquél que nació 10 minutos antes, aquél que contendría lo que fuese que lo aquejara y sonreiría a pesar de todo.

Se adentraron a la sección de lácteos aún en silencio; no era un buen día para ninguno; pero aún el silencio era más reconfortante que cualquier separación. Entes sin rumbo y vagando, ni siquiera podían considerar su casa como un hogar, no bajo esas condiciones; formaban parte de quienes no pertenecían a ningún lugar, a ninguno más que al que podían encontrar al lado del otro.

—Deberías dejar ir todo—aseguró Georg con el tono paternal que usaba con Tom, cuando sabía que era necesario. En cuanto volvieron del supermercado, el pelinegro se encerró en su habitación para realizar la video-llamada de cuota diaria a su mejor amigo; regularmente solían hablar más tarde, cuando Tom se alistaba para salir a la vida nocturna y Georg lo hacía para salir a trotar y despertar los músculos en la mañana. Pero hoy lo necesitaba, así que no le importó marcarle a las tres de la mañana, hora de su tierra natal, para poder conversar.

—¿A qué te refieres?

—¿Me marcas en la madrugada para contarme que fuiste por yogurt?, sabes a lo que me refiero. —El silencio de Tom produjo en Georg una punzada, definitivamente no había sido un buen día—. Tom, no puedes ocultar todo bajo una fachada de tranquilidad, como si nada sucediera; he convivido contigo más que con mi propia familia; las ojeras que traes hace más de dos meses no son vestigios de noches en el estudio, lo sabes.

—No puedo, soy su hermano, debo estar ahí. —«Si tan sólo fueran tan fácil dejarlo. Tengo que estar ahí»—. Pertenezco ahí.

—Tom, debes encontrar la manera. No es justo para ti quedarte estancado.

—No estoy estancado, sólo… no me corresponde ningún lugar más que éste.

—No seas insensato, ¿te escuchas?; si es necesario abandonarlo todo, lo haremos; y si… —El bajista no pudo continuar, los ojos cristalinos de Tom se escucharon más fuertes que cualquier palabra, interrumpiéndolo.

—No quiero abandonar nada —«No estoy listo para abandonar a Bill, no quiero hacerlo»—. Georg, estoy cansado, debo colgar.

—Tom, no volvamos a lo mismo, cada que tocamos el tema siento que te encuentras peor.

—Debo irme, hablamos mañana —se despidió el guitarrista, sin darle tiempo de comentar nada a quien consideraba su persona más cercana, aparte de Bill, claro.

«Bill; el perfecto Bill, el gemelo incapaz de producir daño alguno, Bill el amante, el confidente… el titiritero, mi titiritero…»

El rubio sabía que Tom haría su llamada, el cerrar la puerta de su habitación sólo significaba eso; sin embargo se alarmó al escuchar gritos, incoherencias, y lo que parecía ser el golpeteo de cosas chocando con la pared. Así que se acercó al umbral tratando de agudizar el oído, encontrando que todo ello sólo se debía a él.

Estaba consciente que llegaría ese momento, cuando finalmente Tom exteriorizara lo que sentía… lo que él le hacía sentir; pero no imaginó ni en su peor pesadilla que sólo sería odio, odio almacenado bajo una farsa que había durado meses y meses; bajo los intentos de sonrisa, bajo las miradas fugaces en su salidas por la ciudad, bajo composiciones y noches de estudio, escondido en mentiras, en los ojos tristes de su igual. Sabía que debía entrar, repetir sus trilladas disculpas y esperar que se calmara; que eso sería suficiente, que eso controlaría a Tom, que podrían a volver a ser los hermanos perfectos frente a todos, el ejemplo de una conexión mágica, los ídolos de una generación; pero no quería seguir siendo eso, no quería seguir siendo él mismo, deseaba deshacerse de lo que podía representar; deseaba con todo el alma que Tom lo pudiese mirar diferente, no importaba si no era como antes, sólo quería que fuese diferente; que lo mirase sólo a él, que fuera nuevamente completamente suyo, que su egoísmo sea compensado con paciencia y muestras de cariño. Pero era odio lo que merecía, ¿no es así?, estaba obteniendo lo que merecía obtener.

Así que entró decidido, pero no con la intención de brindar una repetitiva eximición de lo sucedido.

Al abrirse la puerta, las miradas de ambos se encontraron en medio de una habitación desecha, un reflejo figurativo de lo que su amor era ahora; miradas luchando por dominar, y al mismo tiempo transmitiendo sus emociones. No transcurrieron más de diez segundos, tiempo eterno en el que la conexión de ambos había colisionado contra muros de concreto de sentimientos, haciéndose trizas, sin dar tiempo de ocultar su realidad nuevamente; y dejándolos ansiosos por reclamar el anhelo de una vida, que hasta ese momento, no sabían que morirían mil veces por tener.

Bill hizo el primer movimiento al desviar la vista y caminar entre los restos de un aparato de sonido y hojas; pero no se dirigió hacia su gemelo, se desvió al baño privado de la suite y se encerró. Tom reaccionó en ese mismo instante, cuando una sensación de miedo y vacío lo invadió.

—Bill, abre la puerta —pidió el pelinegro al tratar de girar la perilla y encontrarla trancada. Sin embargo el silencio del otro hizo que todo el odio de minutos atrás se convirtiera en preocupación—. Maldita sea Bill, ¡abre la maldita puerta!

Entre insultos, golpes y patadas, luego de un par de minutos, Tom se rindió deslizándose por la puerta hasta quedar sentado—; Bill, ya no puedo… no puedo si tú no ayudas; te odio, te odio tanto como te quise; pero maldición… te amo. Y no puedo seguir así; las cosas no pueden ser como antes, lo sabes, pero no podemos hundirnos, no de esta manera; siempre estaré a tu lado y te seguiré, y mientras todo pueda volver a su curso natural… sólo te pido que al menos finjas ser mi hermano…

Después de media hora que se saboreó eterna para el pelinegro, en la que no paraba de sonar la regadera y algún aparato eléctrico que no puedo identificar con claridad; la puerta se abrió. Brindándole como imagen a un Bill diferente.

—Yo tampoco puedo, Tom.

—¿Qué hiciste? —preguntó consternado, al encontrarse con un Bill sin rastro alguno de su melena, o siquiera de lo que pudiera recordarle a ésta.

—Quiero que puedas verme de nuevo. —dijo con una leve sonrisa, y un desconcertante rastro de esperanza escondiéndose en el brillo de sus ojos. Y, sin decir más, salió de la habitación.

Tom no supo si fue ese acto el que logró colocarlo en una nueva perspectiva, brindarle el inicio de una nueva etapa; pero entendió que debía vivir en una mascarada de emociones, parafernalias, sentimientos; brillando  sobre todos sin importar qué; fingiendo ser el héroe y a veces el villano; mientras su mundo interior se reconstruía, y aprendía a ver nuevamente a Bill.

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