Ganador del concurso Georg Xpres: Quizá, quizá, quizá por Aelilim

En el Grupo de autores, se organizó el onceavo concurso cuyo reto era escribir un fic en un tiempo muy corto por el cumpleaños de Georg y se denominó Georg Xpres. Se obtuvo ocho participantes y el ganador mediante votación fue:

Quizá, quizá, quizá por Aelilim


“Amo tu cabello”, ese fue uno de los primeros halagos que le hizo su novia cuando la conoció. Era una tarde cualquiera, en un bar cualquiera y en una reunión de amigos en común cualquiera.

—Gracias —dijo, un poco desinteresado, bastante aburrido. Pero, en algún momento, el cabello rojo en ondas de la chica y su risa que asimilaba a un pájaro muriendo, atraparon su atención, y sin saber cómo y por qué, aceptó su número escrito con lápiz delineador en una servilleta con la promesa de llamar.

Y Georg llamó. Y Georg accedió a tener cita.

Y Georg se enamoró, y la risa de pájaro moribundo pasó de ser un sonido desentonado a motivo para unirse a la gracia y pisar nubes de algodón dulce.

Por un periodo largo, Georg fue feliz por un amor maduro donde se entreveía planes para un futuro palpable y donde Tokio Hotel no era un impedimento ni una trampa producida por fans y productores.

—Envidio tanto tu melena —era una queja, mitad seria, mitad en broma, que muchas veces le hizo su novia.

—Si tanto la quieres, puedo dártela, sería un regalo perfecto —le contestó un día que estaba especialmente de buen humor.

La aceptación de su propuesta en chanza fue abrumadora.

Nadie podría saber con exactitud cuándo empezaron los problemas, ni siquiera el propio Gustav, confidente de Georg y el que había tenido que echar mano a su vasta paciencia para no mandarlo al infierno con sus dramas que, a su sabia opinión, parecían de escolares.

—¡Quiere que haga oficial nuestra relación, Gus! ¡Que hayan fotos, que hayan declaraciones!

Suspiro y suspiro, y pocos segundos después, un gruñido

Fue un día de borrachera, quizá culpa del alcohol y que la tolerancia aparentemente infinita de Gustav, de pronto, llegara a su límite.

Quizá culpa de que, también de pronto, Gustav le besara suavecito, más que dispuesto a que lo apartara con brusquedad, cosa que no ocurrió. Quizá acordarse del mensaje de su novia mandándolo a comer mierda porque estaba harta era la razón primordial por la cual había acabado en el departamento de Gustav con dos botellas de José Cuervo y una bolsa de limones.

Quizá, quizá… Quizá.

—No es que esté enamorado de ti, eres, eres mi hermano. —Así, con doble “eres”, y los ojos de Gustav desenfocados.

Con la mente hecha un huracán donde se podía vislumbrar fragmentos de recuerdos, pensamientos inconclusos y vacas alegóricas, además de escuchar graznidos de pájaros malheridos imaginarios, fue hacía el baño, ignorando a Gustav, y agarró del gabinete unas tijeras. Los mechones de su largo pelo, ese al que tanto tiempo le había dedicado entre acondicionamientos y evaluación para elegir el mejor champú, cayeron en el lavabo como tirones de sí mismo.

Dos semanas después de no tener noticia alguna de él, tanto un Gustav mortificado a morir por su comportamiento etílico como la novia de Georg, recibieron una posdata suya.

Ambas contenían un mechón de cabello pero los mensajes era abismalmente distintos: uno apuntaba al futuro, el otro sepultaba el pasado, y Georg, cuando miró fijamente a la cámara que le tomaría la foto que sería subida al Facebook oficial de la banda, sabía que había tomado la decisión correcta.

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